lunes, 28 de marzo de 2011

Cultura : La brevedad en el tiempo postmoderno Fabrizio Andreella




Postmodernity or the internet, ilustración de Avidae
La brevedad en el tiempo postmoderno
Fabrizio Andreella
I
En la época de la velocidad absoluta el tiempo es una espera. Contradicción aparente, porque si todo es miniaturizado por las prestaciones de la tecnología, no es que ganemos tiempo, más bien lo fragmentamos en una multitud de esperas momentáneas.
Lo que nos parece una ampliación del tiempo es en realidad una segmentación. El tiempo es desmenuzado como la pantalla de una televisión por cable: mil canales y un control remoto que pulveriza la atención y mueve las caderas de la información en un baile sin fin de pequeñas curiosidades.
Muy a menudo nos toca esperar unos segundos para que un aparato termine de procesar los datos que hemos inyectado en sus entrañas. (Cero-uno, cero-uno. El código binario del mundo digital trabaja para nosotros.)
Claro está que el tiempo de espera es siempre más corto, porque el pertinaz desarrollo tecnológico quiere dar espacio también a otras actividades de las maquinas y a otras esperas de los humanos.
El tiempo de la cotidianidad contemporánea es entonces como uno de esos quesos punteados por minúsculos agujeros, imperceptibles y claustrofóbicas salas de espera en las cuales nos acomodamos mil veces durante el día. Adentro no hay revistas que leer o desconocidos con quienes hablar. Todo es demasiado rápido para empezar algo nuevo, y demasiado lento para no percibir la discontinuidad. No hay más que esperar.
Ese tiempo libre no es un espacio para el ocio creativo, sino algo que hay que llenar con tabletas de vitaminas entretenidas, o sea juegos, noticias, chateos, mensajes cortos, pedazos de música digital, fotos, videos: pastillas que se encuentran en la farmacia trashumante que tenemos en el bolsillo, el iPhone o sus imitadores
Sí, hoy tenemos mucho tiempo libre, pero es un simple adorno que tiene la misma consistencia e importancia del azúcar glass esparcido sobre un pastel. ¿El tiempo tamizado por nuestras herramientas tecnológicas es un tiempo apacible para el sistema nervioso? Y sobre todo, ¿influye en nuestra experiencia?
II
Esta fragmentación no atañe únicamente al tiempo. El mundo que nos alcanza es demasiado abundante, rebosa una cantidad incontrolable de novedades y estilos, de necesidades y aspiraciones, de acontecimientos y noticias.
Necesitamos instrumentos para seleccionar, agrupar, dar formas y conexiones a todos los pedazos recogidos. Solamente así es posible moverse en la jungla mediática de hoy, en la cual hacemos constantemente una obra de absorción de mensajes mediáticos, un copy-paste psicológico que requiere una mesa de mezclas para que todo se amalgame.
Nos vemos obligados a sintetizar, y quizá simplificar, para poder recomponer la masa de informaciones que nos bombardea incesantemente. En el pasado, el arte de la selección parecía una práctica de adultos que no preferían la cantidad y disfrutaban la calidad. Hoy, la selección se vuelve práctica obligatoria para los adolescentes que tienen que aprender a flotar y a orientarse en el mar de la sociedad mediática.
De hecho, vivimos en un mundo informativo digital que sería incomprensible si no fuera por unos instrumentos que, además de seleccionar, fungen de almaceneros. Periódicos, televisión y sitios web reciben y ordenan la información para disponerla en las estanterías a donde llegará nuestra carretilla elevadora: un mouse, un control remoto.
Los bloggers son más bien corredores de noticias, o diyéis de la información que ofrecen una experiencia del mundo a través de las noticias escogidas. Hay quien toca música pésima, y otros que son muy buenos, pero es la reputación que alcanzan lo que determina el éxito del “proceso de civilización mediático-digital” que nos toca.
Nos guste o no, estos almaceneros y diyéis son las venas por donde corre la sangre digital de la información.

III
La condensación y la fugacidad son los estilemas necesarios a la aventura postmoderna. Las píldoras substituyen a los alimentos, las tarjetas al dinero, las pantallas al viaje, Facebook a las cafeterías, la televisión por cable a los estadios de futbol, la pornografía al sexo, los sondeos de opinión a las elecciones democráticas. Estos empobrecimientos de la experiencia sensorial son presentados como fantásticos éxitos del desarrollo y vividos como cómodos “ahorros de tiempo” para el ciudadano.
Esta es una cultura metafóricamente representada por el Post-it. Esas hojitas amarillas, discretas y educadamente pegadizas, son el símbolo de nuestros tiempos. A más de treinta años de su invención, se puede decir que ha sido una idea, más allá de su genial funcionalidad, emblemática de toda una cultura en construcción. En este principio de siglo que ya no es líquido, para utilizar el exitoso lema de Bauman, sino más bien gaseoso; todo es breve, ligero y evanescente como un Post-it.
IV
Sin embargo, existe una larga tradición de cultura y culto a la brevedad, del tajante veni, vidi, vici (llegué, vi, vencí) de Julio César, a los haikus japoneses. El mismo tiempo fue un sagaz amante de la concisión cuando le quitó todo lo innecesario a las antiguas palabras de los presocráticos y nos entregó la belleza de las ruinas, o sea los fragmentos de Hesíodo, Tales, Anaximandro, Pitágoras, Heráclito, Parménides y otros más.
¿Y qué decir de todos los apasionados de la brevedad en el siglo XX como Cioran, Canetti, Gómez Dávila, Lec, Kraus, Flaiano, Gómez de la Serna? ¿O de la perfección musical, geométrica y cósmica de M’illumino d’immenso (me ilumino de inmensidad), el poema que el 26 de enero de 1917 Giuseppe Ungaretti concibió como dos versos que se reflejan, dos anillos enlazados para el yo y el universo?
Tampoco se puede olvidar la pudorosa parquedad de Jorge Luis Borges, que posiblemente no ganó el más merecido Premio Nobel porque nunca se atrevió a enjaular en la prolijidad su colosal erudición y su genio narrativo. ¿Y dónde podremos liberar al dinosaurio de Augusto Monterroso que todavía está allí, en la memoria de todos sus lectores?
Esas concisiones son relámpagos que abren abismos o espacios siderales, que dan acceso a mundos desconocidos o a nuevos placeres. Bendiciones del arte que nos acercan al silencio. Y se sabe que la última palabra de un verdadero gurú es el silencio, esa palabra muda del espacio que es la forma extrema de brevedad eterna.
V
Aforismos, albures y greguerías; parábolas, epitafios y calambures; sentencias, reglas y códigos; fórmulas, instrucciones y teoremas; proverbios, koans y apotegmas; playlist, recetas y listas; tarjetas, telegramas y graffitis.
Hay miles de formas breves con las cuales hemos logrado la eficiencia del mensaje, hemos evitado la dilapidación de palabras, hemos glorificado el humorismo, destilado el conocimiento, defendido la colectividad, organizado la complejidad, cantado la poesía.
Empero, hoy la brevedad no es una elección de elegancia, sabiduría o pudor, más bien es una necesidad decretada por la inundación de datos informativos, por la reducción del tiempo psicológico a tiempo real, es decir, a una instantaneidad constante, generadora de ansiedades y neurosis que nuestros tiempos consideran simplemente como “actitudes” o “predisposiciones”.
VI
En sus Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino advirtió que en tiempos siempre más congestionados, la literatura había que apostar por la “máxima concentración de la poesía y el pensamiento”. La sensación es que algo llegó antes de la literatura y llenó la escena con eslóganes persuasivos y apodícticos como just do it, think different o yes, we can.
Esta atomización del discurso social es hija y al mismo tiempo generadora de la bulimia de datos. Necesitamos comer incesantemente botanas informativas, visuales y emocionales. Los tentempiés mediáticos tienen que ser pequeños, bien cocidos, digeribles y baratos.
Música, televisión, juegos, noticias se tienen que conformar con ese estilo. El estilo de internet, donde brincando sin dirección de una curiosidad a otra le echamos un vistazo a los e-mails, a los títulos de los periódicos, al horóscopo del día, al video en YouTube, al mensajito en Facebook, a los símbolos en Skype. Tenía razón Stanislaw Jerzy Lec: “El hombre nace, vive y muere en el espacio de una frase.”
VII
La realidad es lenta, flemática y demasiado voluminosa. Preferimos las sinopsis de las emociones, las recopilaciones de los sentimientos, el inventario de la complejidad, el resumen de la verdad.
Nos ayuda internet, un distribuidor automático de distracciones de masa y también de increíbles oportunidades. Sin embargo, el orificio de donde salen todos sus productos es angostito y a lo mejor nuestros cerebros se están conformando con ese tamaño. ¿Nos estamos acostumbrando a vivir adentro de las dimensiones de las mercancías?
Fragmentación o síntesis, mundo superficial o condensado, lo cierto es que vivimos la época de la miniaturización, no solamente tecnológica sino también de la experiencia.
VIII
Siempre hemos necesitado sintetizar al mundo –en un mapa o una religión– y reducirlo –con el individualismo o la indiferencia. Hoy ya no es necesario, porque lo hemos doblado bien para traerlo en el bolsillo. No tiene aroma, sus colores son pálidos y, por ser wireless, hay que cargarlo muy a menudo. Pero es más fácil, eso sí, porque los pensamientos largos o profundos ya nos dan dolor de cabeza.
Consumimos esquirlas de muchos productos sin tener la experiencia integral de uno solo. Vivir de suplementos dietéticos sin comida real no es sano. Cualquier nutricionista serio nos dirá que las tabletas de vitaminas no pueden reemplazar completamente a la fruta. Deberíamos reflexionar sobre eso cuando nos sentimos satisfechos con los trozos de realidad adulterada que consumimos en el bufet libre de la modernidad.
En fin, ¿de dónde viene esa atracción fatal hacia la condensación? Breve y rápido quiere decir ligero, y ligero quiere decir transportable. Esa es la razón de la brevedad postmoderna. Queremos empacar y mover el mundo. Queremos procurarnos y saborear en cualquier lugar las emociones, las especulaciones y las querencias que necesitamos. Para transportarlas, hemos desmigajado al mundo y quizá también a nosotros mismos. Sin que nos hayamos dado cuenta, tal vez la duradera época del hombre sedentario ya se acabó para dejar espacio a un nuevo nomadismo solitario. Total, tenemos contactos. ¡Omg! ¡Lol! 

Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/03/27/sem-fabrizio.html

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