miércoles, 4 de abril de 2012

Uruguay: De enfermeros, sistemas hospitalarios, y otros posibles asesinos...Por: Emilio Cafassi

Por: Emilio Cafassi
Artículo publicado en Amauta con permiso del autor


Luego de la consternación por la difusión de la sigilosa masacre llevada a cabo por  enfermeros en dos sistemas hospitalarios uruguayos, público y privado, habrá que esperar una escrupulosa investigación judicial y administrativa que esclarezca la magnitud y víctimas concretas de la matanza, además del accionar y móviles de los asesinos, la existencia de posibles cómplices y encubridores. ¿Fallaron controles? Sin duda, aunque carezco de conocimientos para señalarlos específicamente y tal vez hasta las propias autoridades y expertos deban esperar a que concluyan las pesquisas para poder determinarlo con precisión y corregir futuros reglamentos, procedimientos e inspecciones. Sin embargo resulta paradojal que instituciones cuya finalidad última sea el control pleno de los cuerpos, no se controle a sí misma ante semejante poder cuasi omnímodo, ni incluya en sus hipótesis de posibles fallas y omisiones, la posibilidad de la psicopatía, el sadismo y la corrupción de su personal, aún como hechos aislados y excepcionales. Lejos de presuponer un sistema en el que primen el respeto, la vivificación, el cuidado integral, la consideración, la transparencia informativa y la igualdad, el sistema hospitalario moderno, sin llegar por ello necesariamente al crimen, está estructuralmente concebido y organizado para la deshumanización, el autoritarismo, la desigualdad extrema y la opacidad. No obstante, no se me escapa que, a pesar de su tecnologización, requiere de una altísima proporción de intervención directa del profesional humano, ya sea médico o enfermero, donde estas características podrán verse mitigadas o enfatizadas, según la personalidad, cosmovisión y estatura ética de sus trabajadores. En última instancia, el hospital es también una relación social.
(Arte: Banksy)
El filósofo francés Michel Foucault, contraponiéndose a las ideas dominantes respecto a la concepción hospitalaria, sostiene que recién en el siglo XVIII el hospital comienza a ser concebido para curar. Hasta entonces, era una institución asistencial pero a la vez de segregación y exclusión de los pobres. El pobre, en tanto pobre, necesitaba asistencia y alimentación, pero como enfermo era un peligroso portador de enfermedades y posible propagador de ellas, por lo que se requería su aislamiento. El sujeto hospitalizado no era un enfermo a curar, sino un pobre moribundo, potencial generador de epidemias. El hospital era una antesala de la muerte en la que habría de recibir los últimos auxilios, y obviamente sacramentos, ya que su dirección residía en instituciones religiosas. Dice textualmente Foucault que “en la historia del cuidado del enfermo en Occidente hubo en realidad dos clases distintas que no se superponían, que a veces se encontraban, pero que diferían fundamentalmente, a saber: la médica y la hospitalaria. El hospital, como institución importante e incluso esencial para la vida urbana de Occidente desde la Edad Media, no constituye una institución médica y, en esa época, la medicina es una profesión no hospitalaria”. El primer cambio consiste en la aparición del médico de hospital. Cuando pasa a ser un instrumento de cura, el médico asume la responsabilidad principal de la organización hospitalaria. El filósofo afirma que “el médico al que recurrían las comunidades religiosas para las visitas a los hospitales era generalmente el peor de la profesión” (…) “esta inversión del orden jerárquico en el hospital con la ocupación del poder por el médico se refleja en el ritual de la visita: el desfile casi religioso, encabezado por el médico, de toda la jerarquía del hospital: ayudantes, alumnos, enfermeras, etc., ante la cama de cada enfermo”. Agregaré que en su interior se verifica una división técnica del trabajo en la que luego de la visita, es normalmente el enfermero, una capa subalterna de calificación profesional dentro del sistema, el encargado de ejecutar las instrucciones y realizar la mayor parte de la manipulación de los cuerpos sufrientes.
La reorganización del hospital comenzó con los marítimos y militares y éstos con las transformaciones en la organización espacial militar que Foucault atribuye a la emergencia del fusil. En cualquier caso, esto no surgió de una técnica médica sino, fundamentalmente, de la principal tecnología política de la modernidad desde el siglo XVIII hasta nuestros días: la disciplina, entendida como un conjunto de técnicas con las que los sistemas de poder proceden a la singularización de los individuos, a través del examen. La medicina se va constituyendo en individualizante, aunque también por el mismo sistema del espacio hospitalario disciplinado se puede observar a un gran número de individuos, obtener registros diariamente, y cuando se confrontan entre hospitales y en las diversas regiones, comprobar fenómenos patológicos comunes a toda la población. Es el individuo el que será observado, vigilado, conocido y curado. El individuo surge como objeto del saber y de la práctica médica. Se trata de un sistema de vigilancia permanente, clasificadora, que permite distribuir a los individuos, juzgarlos, medirlos y localizarlos. A través del examen, la individualidad se convierte en un elemento para el ejercicio del poder mediante registros continuos de todo detalle que modifican inclusive el propio saber médico. La institución hospitalaria, además de ser un lugar de cura, es también un lugar privilegiado de formación médica. Gracias a la tecnología hospitalaria, el individuo y la población se presentan simultáneamente como objetos del saber y de la intervención de la medicina.
El pasaje del hospital desde el lugar de encierro y “aguantadero” de pobres enfermos y/o desahuciados hacia la institución terapéutica debe ser celebrado como una conquista moderna. También la tecnologización que permitió y permite efectivizar con mayor eficacia, crecientemente, sus objetivos curativos, con indudables consecuencias sociales en muy diversos indicadores desde el incremento de la expectativa de vida hasta las mejoras cualitativas de ella. No creo que cumpla funciones (exclusivamente) negativas, ni menos aún que pueda superarse a través de la curandería o de las llamadas “prácticas alternativas”. Pero sí me propongo señalar que está expuesto a todos los riesgos en los que la desigualdad adquiere características extremas. Cada una de las formas de desigualdad presentes en las sociedades capitalistas tendrá diferentes consecuencias objetivas y subjetivas: la económica, de poder, de saber, física, etc. En el hospital se sintetizan varias de ellas.
En el nivel más general de su arquitectura organizativa, se caracteriza por ser un lugar de encierro en el que el llamado “paciente” es sometido además a procesos de intervención corporal sobre los que carece de conocimiento y posibilidad de elección. Su función obviamente es terapéutica y el posible éxito se verifica en la cura. Pero es presentada como inevitable, incuestionable, como la única posible. La concepción de esta estructura institucional es compartida tanto por el sistema médico como por el Estado. Su nivel de transparencia depende de tres factores intrínsecos a su concepción, que obviamente son perfectibles: la individualización con su consecuente registro, en el plano interno, el posterior control estatal en el externo y el seguimiento o acompañamiento de familiares y seres queridos. Si esta triple emergencia no existiera, las diferencias con las formas más abyectas del control humano y la tortura, como el Holocausto o el Terrorismo de Estado, serían difíciles de establecer en su carácter estructural.
El enfermo hospitalario está potencialmente sometido a la humillación, la minusvaloración, la ignorancia y el control de su cuerpo y hasta de su propia vida. Se encuentra en una suerte de suspensión de su autogobierno, potencia subjetiva y vitalidad. Salvo que el sistema evite consciente e institucionalizadamente estas aberraciones, cosa para la que no creo que se proponga disponer sus mejores esfuerzos y recursos. Los enfermeros asesinos, al lograr eludir la triple condición de transparencia, emularon por un instante las condiciones de los campos de exterminio: disponer de la muerte y gozar de impunidad ante ello, aunque sin necesidad de esconder los cadáveres, sino fingiendo una muerte natural. Esto fue posible porque el sistema hospitalario tiene una estrecha pero cierta vía para ello, precisamente llamada “vía” en su propia jerga. En ocasiones por ella ingresaban sustancias en dosis mortíferas (dormicum, lidocaína, morfina) que habrá que investigar qué complicidades permitía obtenerlas, pero en otras, directamente aire. Quienes practicamos buceo conocemos el efecto mortal que las burbujas en sangre producen, razón por la cual se realizan paradas de descompresión antes de retornar a la superficie. Con la “vía” a disposición de cualquiera y sin poder detectar el ingreso de gases por ella, aún posmortem, toda la seguridad de un paciente pende de un hilo delgado y siniestro en forma de aguja y cañito.
Es de esperar que la investigación de esta lóbrega acción de los enfermeros no conduzca a una vía muerta, ni a más “vías” libres para la muerte. Por el contrario, que sea la izquierda uruguaya la que comience a cuestionar el modelo médico hegemónico y a transformar radicalmente su sistema hospitalario, comenzando por el respeto y la jerarquización del que padece, que es su principal destinatario.

Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano

Vìa:
http://revista-amauta.org/2012/04/uruguay-de-enfermeros-sistemas-hospitalarios-y-otros-posibles-asesinos/

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