martes, 5 de febrero de 2013

Chile: La cultura en Chile, antes y ahora..por Faride Zerán*


Gabriel Salazar y Diamela Eltit


Nona Fernández

Alfredo Jocelyn Holt

Raúl Zurita
Los de entonces…
Hace más de una década, Chile también era el país invitado de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Nos acercábamos al cambio de siglo y una parte del mundo cultural e intelectual se movía con manifiesta molestia ante una transición que no sólo había enviado a la gente a su casa para que las élites hicieran su trabajo: también asumía con naturalidad la impronta autoritaria heredada de diecisiete años de dictadura, lo que se traducía en que toda crítica al estado de las cosas no era aceptada y se sancionaba de manera contundente.
Unos años antes, en una vitrina internacional tan espectacular como Guadalajara, Chile se había hecho presente moviendo una gran mole de hielo hasta su pabellón en la Feria de Sevilla, en pleno verano y con motivo de la conmemoración de los quinientos años de encuentros y desencuentros entre dos mundos. El famoso Iceberg de Sevilla que nos representó como país, originaba el primer debate crítico del mundo cultural hacia la transición, cuestionando el relato que nos proyectaba como un país blanco, frío y sin memoria.
Recuerdo la tarde de noviembre de 1999, cuando con la destacada periodista y Premio Nacional, Patricia Verdugo, fallecida en el año 2008, nos subimos al pódium de uno de los salones de la Feria de Guadalajara para dar inicio al debate sobre periodismo y libertad de expresión que estaba programado en la apretada agenda de la FIL.
La delegación chilena era muy numerosa. Escritores, editores, funcionarios del gobierno y varias figuras estelares, entre ellas la de Tencha Allende, la viuda del presidente, invitada por los editores de LOM (Paulo Slachevsky y Silvia Aguilera), y la revista Rocinante que yo dirigía.
Nuestro objetivo no era otro que rendir un homenaje a Salvador Allende, a través de la querida figura de su viuda, en el auditorio (actualmente llamado Salvador Allende) en que el presidente había pronunciado sus famosas palabras.
Sí, nuestra iniciativa tenía que ver, sin duda, con resistir a las políticas de la desmemoria que se entronizaban como parte del discurso de la transición. Un discurso que escondía sus heridas y miserias bajo la alfombra, y que nos impulsaba a desafiar a aquellos partidos incorporados en la Concertación, que nos convocaban también a dar vuelta la página y a sumergirnos en la placidez del relato exitista que hacía de Chile un país que miraba con desprecio a Latinoamérica para sentirse parte de Europa y los países desarrollados. De paso, también lo hacía guardar silencio cuando se arrasaba con los medios independientes que habían resistido a Pinochet y que, en la nueva etapa de redemocratización, no eran funcionales; o lo hacía callar cuando, con el dictador preso en Londres, se le hacía creer al mundo que sería juzgado en Chile, cosa que nunca ocurrió.
Ya arriba del escenario de una sala repleta de gente nos dimos cuenta, con Patricia Verdugo, que en la primera fila estaba sentada la periodista chilena Alejandra Matus, en ese momento asilada en Estados Unidos para evitar su encarcelamiento en Chile por la publicación de El libro negro de la justicia chilena (1999), un reportaje de investigación periodística que desató la ira del Poder Judicial, y con ella la aplicación de leyes reñidas con la libertad de expresión, mismas que a fines de la década de los noventa seguían vigentes en Chile.
Sin dudarlo, ambas la invitamos a acompañarnos en el panel que, sin ninguna consideración hacia “la imagen internacional de Chile”, puso en evidencia lo que Human Rights Watch y otros organismos internacionales habían consignado en informes al señalarnos como uno de los países con mayor restricción a la libertad de expresión y ausencia de pluralismo en la primera década de la transición, y con una prensa concentrada hasta hoy.
Lo que se vino era previsible. Desde el estrado veíamos a los funcionarios gubernamentales asomarse para escuchar lo que decíamos para luego salir indignados. Poco antes, yo había tenido que resistir la ira del propio embajador de Chile en México, otrora amigo, que en solidaridad con su esposa, escritora ofendida por una crítica a su libro publicada en la revista Rocinante por la académica Patricia Espinosa, no sólo arbitrariamente me dejaba fuera de actividades oficiales o me sacaba de la mesa de homenaje a Salvador Allende que yo misma había organizado y solventado junto con los editores de lom, sino además castigaba a miembros de la embajada que me habían recibido a mi llegada a Ciudad de México.  
El Chile que pisaba la FIL Guadalajara 1999, en tanto país invitado, mostraba un rostro intolerante y autoritario. La polémica siguió en Santiago a través de la prensa. Los abusos del poder fueron denunciados públicamente y la batahola entre escritores e intelectuales vs. burócratas en turno dividió por un rato la placidez de la transición chilena que, acostumbrada a pactar y consensuar en nombre de las razones de Estado, se horrorizaba ante la pandilla de díscolos, criticones y malagradecidos que más dañaban la imagen del país en el exterior.
Los de ahora…
Han transcurrido casi catorce años de esos incidentes. Muchas figuras que en ese instante estuvieron en Guadalajara regresaron consolidadas en la fuerza y talento de sus obras. La muestra de creadores no da cuenta cabalmente de la complejidad ni de la diversidad de narradores, poetas o ensayistas chilenos. Pero es una buena aproximación, como lo fue hace más de una década, del vigor y rigor de gran parte de nuestros creadores.
Qué duda cabe de que Chile se reinventa una y mil veces en el talento de sus creadores y que, como siempre, pisándoles los talones los burócratas en turno, hoy exponentes de un gobierno de centro-derecha efectúan sus performances, como antes otros, en nombre de otras razones hicieron de las suyas.
Los actuales, precedidos por una escandalosa compra masiva de libros para proveer a las bibliotecas del país, y en cuyas listas escaseó la literatura (hubo sólo dos nuevas novelas) y proliferaron los textos de autoayuda, moda, recetas de cocina y tonterías. Esto, cuando veinticinco por ciento de los títulos de las bibliotecas públicas de todo Chile se obtienen a través de las adquisiciones que anualmente hace el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, y cuando las cifras nos señalan que somos analfabetos funcionales en tanto más de la mitad de los chilenos no entienden lo que lee.
Lo que podría ser un incidente menor o un traspié en materia cultural, aquí se transforma en un crimen, en tanto al analfabetismo funcional se suman el alto costo del libro, su escasa presencia en los hogares chilenos, la ausencia de políticas públicas que estimulen el hábito de la lectura entre la población infantil y juvenil del país, y el resultado de una encuesta que desde hace una década ejecuta la Universidad Católica a sus alumnos de primeros años.
Las cifras conocidas hace pocas semanas en Chile resultaron alarmantes. Si bien ochenta por ciento aprobó el test, la mayoría de los estudiantes evidenció serias deficiencias en áreas como ortografía y vocabulario, obteniendo un promedio de 1.48 en ortografía y 1.63 en vocabulario, de un total de 5 puntos.
La ausencia de un sistema de educación pública de calidad y gratuita que garantice, desde la cuna y hasta la universidad, igualdad de oportunidades y un horizonte de desarrollo republicano que permita corregir en parte la desigualdad estructural de la sociedad chilena, es una aspiración que el movimiento estudiantil mantiene vigente y de la cual no se puede sustraer el país ante la próxima elección presidencial y legislativa. Más aún cuando ese déficit tiene como correlato la concentración en la propiedad de los medios de comunicación escritos (dos cadenas que comparten la pasión por el modelo neoliberal y poseen el noventa por ciento de los medios escritos de Chile), y la existencia de una industria radial en manos del Grupo Prisa, mayoritariamente, y canales de televisión que en su mayoría pertenecen a grupos económicos donde la existencia de una televisión pública mediatizada por la exigencia de mostrar cifras azules no hace la diferencia en tanto la mediocre y ramplona parrilla programática que exhibe casi sin excepciones.
Por ello, la decisión del gobierno de Sebastián Piñera de cerrar el diario gobiernista La Nación, con casi cien años de existencia, en vez de transformarlo en un medio público que en parte corrigiera la ausencia de pluralidad y diversidad temática, o el escaso, por no decir nulo, debate cultural e intelectual en la esfera pública, representa otro ejemplo de un gobierno más bien indolente ante la dimensión cultural de la sociedad y ajeno a la importancia que ella tiene en la conformación de una ciudadanía con densidad democrática y republicana.
El argumento esgrimido para el cierre de La Nación (cuyo archivo reviste importancia patrimonial), en el sentido que no se requiere un diario de gobierno, cuestión compartida por una gran mayoría, no rige sin embargo para evaluar el desempeño del canal público, Televisión Nacional de Chile (TVN), que en un estudio del Observatorio de Medios Fucatel, dado a conocer el pasado 8 de noviembre, señala que más de la mitad del noticiero central de TVN (transmitido a las 21:00 hrs.) está destinado a difundir la labor del actual gobierno.
En el mismo trabajo del Observatorio de Medios Fucatel, y a propósito de la escasa o nula presencia de la cultura en la escena nacional, el informe afirma que del total del noticiario de TVN sólo un cinco por ciento está dedicado a la cultura, los espectáculos y las ciencias. Todo junto, por lo que no es difícil colegir que sigue siendo el vagón de cola en las prioridades de un canal de televisión que llega a todo el país, pero que es incapaz de reflejar en su pantalla una diversidad que la reta a diario a través de movimientos sociales, demandas de los pueblos originarios, o temas medioambientales que sencillamente elude, como lo consigna Fucatel.
Lo que queda…
Autores de la talla de Diamela Eltit, o Pedro Lemebel, quien acaba de presentar su nuevo libro de crónicas; Raúl Zurita o Nona Fernández, con su novela Fuenzalida; o de los historiadores Gabriel Salazar o Alfredo Jocelyn Holt, constituyen un ejemplo de la solidez de los nombres que representaron a las letras chilenas en Guadalajara, y de la densidad y amplitud de un discurso crítico que si bien no tiene en Chile los cauces para que fluya e impregne en algo la conversación cotidiana, al menos es una muestra de que existe.
Mal que mal son parte de los cientos de creadores que le salieron al paso a la directora de Bibliotecas, Archivos y Museos, Magdalena Kreps, nombrada por la administración de Piñera, cuando luego de intentar recortar en un tercio el presupuesto del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos más tarde protagonizó, junto a otros connotados miembros de la derecha, una campaña cuestionando que el museo estuviese dedicado a las víctimas del terrorismo de Estado practicado durante el régimen de Pinochet.
Junto al ministro de Cultura, Kreps es sin duda la figura más importante del gobierno actual en ese ámbito, por lo que no pasó desapercibido este insólito llamado a ampliar el contexto histórico que contiene el museo, incorporando el relato de los victimarios en un empate político y moral muy propio del Chile de las últimas décadas. Era como si en Buchenwald, donde se conservan las chimeneas de los hornos crematorios que se divisan desde Weimer (la ciudad de Goethe), junto con explicar cómo se asesinaban a las víctimas del nazismo, el guía nos relatara las razones y la solidez de los argumentos de las ss para llevar a cabo el genocidio, mostrando la eficacia de sus métodos.
De cualquier forma, Chile tiene mucho que entregar y aprender. En la FIL 2012, Chile entrega el talento de sus creadores y la vitalidad de su poesía, narrativa y ensayo. Le queda por aprender el lugar que ocupa la cultura en México, el presupuesto que se le asigna, la importancia de sus museos, por señalar sólo algunos pequeños ejemplos.
*Catedrática de la Universidad de Chile. Premio Nacional de Periodismo 2007

Pedro Lemebel y Patricia Verdugo

Vía:

http://www.jornada.unam.mx/2012/12/02/sem-faride.html

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