martes, 21 de marzo de 2017

Venezuela: CLAP...el invento venezolano....Alfredo Serrano Mancilla*






Desde el principio los tomaron a broma. Los ridiculizaron e infravaloraron. Sin embargo, hoy día, los comités locales de abastecimiento y producción (CLAP) son una de las políticas públicas más respaldadas por los venezolanos. Sesenta por ciento cree que son una decisión acertada frente a la emergencia económica (según Hinterlaces). Esta percepción positiva se sustenta en un dato objetivo: en la actualidad, los CLAP llegan a 6 millones de personas. Incluso desde las terminales analíticas opositoras se reconoce que los CLAP han logrado ser muy efectivos y han rebajado la tensión social. La consultora Datanalisis, por ejemplo, reconoce que cerca de 50 por ciento de la población venezolana recibe productos de los CLAP. Nada más y nada menos que la mitad del país.

Más allá de la guerra de cifras, hay una verdad irrefutable: los CLAP se apropiaron de la agenda económica en Venezuela. Nacieron hace un año y en ese tiempo, todos hablan de este invento venezolano. Ante tanta oferta neoliberal llegada desde los enclaves convencionales, el presidente Maduro optó por otro camino. En el fondo, los CLAP son una nueva forma económica de ordenar la casa venezolana. Nacen como respuesta coyuntural, pero apuntan a constituirse en algo más, de índole estructural, de largo plazo. Es lo mismo que sucedió con las misiones sociales, creadas por el chavismo para afrontar las consecuencias del paro petrolero y que luego, año a año, se fueron consolidando como un verdadero armazón garante de los derechos sociales. Aparecieron en primera instancia como una forma urgente de resolver una necesidad puntual y luego se quedaron constituyendo el actual estado de las Misiones.

Veremos lo que los CLAP nos deparan. Muy probablemente, los CLAP de hoy no son lo que serán en los próximos años. Por el momento, los CLAP se centran en la distribución de alimentos necesarios a precios justos. Son una respuesta al exceso de intermediación, al abuso de los precios y a las fallas distributivas. Evitan muchos de los círculos viciosos que enferman a la economía venezolana y forjan una relación directa entre bienes producidos o importados y consumo del hogar. En esta tarea, el poder popular juega un papel fundamental porque es el encargado de la distribución y la organización de las familias que reciben muchos bienes preferentes. El Estado actúa como facilitador, porque en esta primera fase es el que suministra los bienes para ser distribuidos vía CLAP, sea comprando a los productores locales o importando directamente aquello que sea necesario. No obstante, eso sólo ha sido el inicio. Porque ya ha arrancado una segunda fase en la que el objetivo es que esos mismos espacios organizados comiencen a producir.

Es por ello que los CLAP son mucho más que una simple caja de productos que llega a cada casa. Ya son parte del imaginario económico del país. Es parte de la nueva subjetividad fraguada en estos años difíciles. Los CLAP suponen innegablemente un contrapeso real a la dinámica darwinista que se podría haber instalado si se hubiera impuesto el sálvese quien pueda. Los CLAP son una res­puesta en lo ideológico, pero que viene cargado de alta dosis material. He aquí su gran fortaleza. No sólo es una forma teórica alternativa, sino de una respuesta que se percibe materialmente en cada barrio, en cada calle, en cada casa. Los CLAP comienzan a configurar, a fuego lento y por ahora en una etapa todavía muy incipiente, un nuevo metabolismo socioeconómico que deberá batallar con el viejo orden enfermo aún existente.


Nada de esto significa que los CLAP tal como funcionan hoy sea lo que desea la mayoría de los venezolanos para su día a día para la totalidad de los bienes que desean comprar. Existen fallas y nadie las niega. Se critica la falta de periodicidad y homogeneidad. Aún es insuficiente para satisfacer la demanda plena de los bienes básicos. Apenas tiene un año de vida y está en pleno desarrollo y se sigue perfeccionando a medida que crece a velocidad récord. Recientemente se aprobaron los CLAP textiles para atender las necesidades escolares. Lo mismo se ha hecho con los productos de higienes que formarán parte de los bienes CLAP. Esto demuestra que van a más procurando cubrir el universo de bienes básicos a precio justo. No se regalan; se pagan y se reciben, pero a precios justos. Sin especulaciones de por medio.

A medida que los CLAP crezcan, los precios de los productos disponibles en circuitos paralelos deberían estabilizarse, porque no habrá motivo para inflarlos. Los CLAP no tienen como objetivo ser la fuente exclusiva para satisfacer toda la demanda de todos los bienes del país. Puede (y debe) haber supermercados y tiendas con anaqueles llenos con todo tipo de productos disponibles para que la población pueda adquirirlos. Pero no a cualquier precio. Las tasas de ganancias permitidas por ley son muy superiores a las que actualmente existen en cualquier otra economía del mundo. Ahí no está el problema.

Los CLAP, por tanto, están en plena efervescencia. Han irrumpido con fuerza con un doble objetivo. En primer lugar, resolver coyunturalmente las necesidades de la economía del ahora. Y en segundo lugar, quedarse como parte esencial del nuevo orden económico. Con el mejor espíritu chavista, se mezcla lo urgente con lo estructural. Así fue como Chávez construyó una economía más sólida de lo que muchos dicen. Nadie dice que el día a día está siendo fácil en estos años recientes de caída de precios del petróleo, arremetida financiera internacional y con una estructura productiva no lo suficientemente fuerte. Pero sin misiones sociales ni soberanía, ¿se hubieran imaginado qué habría pasado? Ahora los CLAP pueden ser un pilar necesario para la nueva economía por venir. No es el único, pero sí puede ser uno de los verdaderos cimientos para una economía que está empecinada en no tirar la toalla y buscar alternativas a la senda neoliberal, con soluciones reales en favor de las mayorías.

*Director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag)





vía:
http://www.jornada.unam.mx/2017/03/20/opinion/016a2pol

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